Ese caldo en ebullición que es mi cerebro, a la hora en que la luz está apagada y se supone que uno debe disponerse a dormir, comienza a hacer globitos con olor a retazos de ideas y sucesos acontecidos recientemente o en el pasado más remoto. La mezcla amorfa y grasosa en que se transforman los recuerdos, los pensamientos y los sentimientos empieza a evaporar todo lo superfluo bajo las ordenes de la duermevela, el director de preproducción del gran festival de los sueños. Así, el personaje del cuento nunca escrito se mezcla con la necesidad de pagar la luz pasado mañana y con el recuerdo de Luis Sandrini gritando que la vieja ve los colores. El caldo se torna pegajoso. Los globitos del hervor son espesos como los de una polenta a la que le falta líquido.
Cuando hay muchas puntas de ovillo de donde tirar hasta la tejedora más experta se exaspera.
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